Una Iglesia pobre para los pobres.
Apenas Francisco comenzó su pontificado, causó frescura y novedad su deseo de construir una «iglesia pobre para los pobres». ¿De dónde pudo haber sacado esta frase? Ciertamente es algo que ya habían dicho Juan XXIII y Pablo VI. El primero, en varias oportunidades dijo que debemos ser «Iglesia de los pobres»; Pablo VI era más explícito: los pobres pertenecen a la Iglesia por «derecho evangélico» y obligan a la opción fundamental por ellos.
Durante las sesiones del Concilio Vaticano II, varios obispos tratan el tema en sus intervenciones, entre ellos monseñor Iriarte, obispo de Resistencia, Chaco. La más enfática fue la del Cardenal Lercaro, en la primera etapa del Concilio, diciendo que «la acción de la Iglesia debe estar caracterizada por la nota de la pobreza. La pobreza es el signo de la Encarnación: los profetas que la anunciaron, la Virgen que fue el instrumento, Belén que fue el escenario, llevan la señal de la pobreza. El mundo de hoy hace injuria a la pobreza de dos tercios de la humanidad… Que los Obispos, muchos de los cuales son pobres, aparezcan como tales, para no escandalizar a los pobres. Que haya una real pobreza sacerdotal, pobreza en las Congregaciones religiosas. Si la Iglesia es fiel a la pobreza, descubrirá el método más apto para predicar íntegramente el Evangelio, mensaje de Dios, que por amor a nosotros, siendo rico, se hizo pobre»[1]
Pero el Papa Francisco seguramente se ha inspirado también en su espiritualidad ignaciana, nacida de aquel deseo de «predicar en pobreza»[2]. Efectivamente, desde los inicios de su conversión, cuando aún no había ningún atisbo de fundar una Orden religiosa, Ignacio sabía que su opción fundamental era vivir en pobreza evangélica y dedicarse a predicar la Buena Nueva, tal como hacía Jesucristo y los apóstoles. Luego vienen los estudios, los compañeros, el sueño de conformarse en grupo. En París, en tiempo de los votos de Montmartre, los compañeros hacen el voto de pobreza, que ellos entienden como el compromiso de no tener propiedades, ni fuentes de ingresos, y vivir de limosna.
Parafraseando al Cardenal Lercaro, Ignacio deseaba «una Compañía pobre para los pobres». Simón Rodríguez, uno de los primeros compañeros, describe así la vida del grupo cuando estaban en Venecia: «[…] habiéndose dividido en dos grupos, escogieron, para emplearse con los pobres y los enfermos, dos hospicios […]. Su tarea era servir a los mendigos, hacer las camas, barrer la casa, amortajar y enterrar a los muertos, llenar las fosas que ellos habían abierto; en fin, estar al servicio de todos día y noche, con diligencia, fervor, gozo y alegría […]. Además de los altos estudios a los que se dedicaban nuestros Padres y de los grandes trabajos en que se gastaban, tenían corrientemente conversaciones espirituales muy a propósito con los mendigos […]».[3]
La vida pobre de estos primeros jesuitas estaba efectivamente siempre al borde de la miseria, pero es la que orientaba su actividad. Aún teniendo trato con nobles y poderosos, querían mostrar que el punto de partida (la base, por así decir, «congénita» de su misión) es la vida religiosa pobre, organizada sobre el modelo de la vida de los pobres[4]. Concebían su vida religiosa orientada hacia ellos y como ellos; esta cercanía le daba sentido a su presencia entre los grandes.
[1] M. Nicolau , La Iglesia del Concilio, Bilbao, 1966, p. 87
[2] Carta a Jaime Cassador, 12 febrero 1536, Obras completas de san Ignacio de Loyola, BAC, 4ª edición, Madrid, 1982, p. 655.
[3] SIMÓN RODRÍGUEZ, S.I. De origine et progressu Societatis Jesu, MHSJ, 24.
[4] A. Demoustier, «Los primeros compañeros de Ignacio y los pobres», Revista Manresa Nº 238, Enero-Marzo 1989.