Los Jesuitas y el Corazón de Jesús
Aunque la devoción al corazón de Jesús se encontraba ya en la espiritualidad medieval como parte del énfasis creciente en la humanidad de Cristo, su lugar en la vida pública de la Iglesia y su desarrollo como culto público están ligados de modo particular a las apariciones (1673-1675) de Margarita María Alacoque, monja del convento de la Visitación en Paray-le-Monial (Francia), y al papel especial en la propagación de esta devoción, que según estas revelaciones correspondía a su director espiritual Claudio La Colombiere, y luego a la Compañía de Jesús.
En los escritos de Ignacio de Loyola no se hace mención directa de la devoción al «corazón» de Jesús, pero sus Ejercicios Espirituales están llenos de temas importantísimos y muy acentuados, que más tarde constituirán el núcleo vital de esta devoción. La oración medieval que abre los Ejercicios, el Anima Christi, expresa el deseo de verse escondido en las heridas de Cristo, y hay una contemplación especial sobre el costado de Cristo, abierto por la lanzada del soldado [297]. La contemplación de la Encarnación y toda la Segunda Semana están consagradas a buscar un conocimiento más íntimo del Verbo hecho carne, con el fin de amarlo y seguirlo mejor [109]. También la Tercera y Cuarta Semanas buscan ahondar esa identificación con Cristo en su humanidad: en su vida y muerte, crucifixión y resurrección [203, 221]. Asimismo, hay una potente expresión del espíritu de entrega personal al responder a la llamada del Rey Eterno a seguirle, compartiendo sus sufrimientos [98, 234]. Así, la espiritualidad de los Ejercicios, base de la fundación de la Compañía, señala una predisposición natural para lo que evolucionaría como devoción al Corazón de Jesús.
Esto se esclarece con los numerosos ejemplos de devoción personal de jesuitas del siglo XVI al Corazón de Cristo o al Costado herido de Cristo: Pedro Fabro, Jerónimo Nadal, Francisco de Borja, por nombrar sólo unos cuantos. Uno de los ejemplos más iluminadores se conserva en las notas espirituales de Pedro Canisio; el día de su profesión solemne en Roma, fue a la basílica de San Pedro donde experimentó una presencia especial de Cristo, al que creyó ver delante de sí, mientras se abría el pecho, y le invitaba a beber de aquella fuente las aguas de la salvación, apagando en el corazón de Cristo su sed.
Al comienzo del siglo XVII la atención al «corazón» de Jesús continuó extendiéndose y haciéndose más directa. En España Diego Álvarez de Paz y Luis de La Puente desarrollaron el tema del Corazón de Cristo, así como en Francia lo hizo Vincent Huby, director de Ejercicios y predicador de misiones populares por la Bretaña. En Hungría, Matyas Hajnal escribió (1629) un corto tratado para «amantes del santísimo Corazón de Jesús», y en Polonia, Kasper Dru_bicki compuso Meta cordium Cor Jesu (Kalisz, 1683), unas meditaciones sobre el Corazón de Jesús, y un Oficio Parvo (posiblemente el primero en aparecer); pero en esta época estaba aún limitada a ciertos individuos y a determinadas congregaciones religiosas. El Oficio y Misa para los Sagrados Corazones de Jesús y María fueron aprobados (1672) por François Rouxel de Médavy, arzobispo de Rouen, pero sólo se usaban en las casas establecidas por San Juan Eudes, que los compuso, y los benedictinos de Montmartre (París). No había aún oraciones ni prácticas comunes, que pudieran llevar a una amplia devoción a nivel popular.