Compartimos este Oasis Ignaciano con todos aquellos que quieran dedicar un tiempo para detenerse, reflexionar y tomar impulso para seguir camino.
Un oasis es un lugar que se encuentra en medio de desiertos arenosos, donde brota un manantial y está rodeado de vegetación. En la antigüedad, cuando las travesías por el desierto eran aún más arduas que hoy, los oasis gozaban de una importancia vital, abasteciendo a los viajeros y beduinos. Esta función hace que utilicemos la palabra “oasis” como un lugar de descanso, tregua y refugio para los contratiempos de la vida.
Queremos tomar la figura del Oasis, que está asociada con vida, frescura, reposo… Un oasis no es un lugar para quedarse, sino para tomar fuerzas, mirar los recorridos, recomponer los mapas, sopesar la carga y suministrarse de provisiones para el camino que sigue. De este modo, seríamos un “centro” de confluencias, un punto de encuentro donde convergen diversidades de todo tipo.
Así como fue en Pentecostés (Hechos 2, 1-13), queremos que el mismo Espíritu pueda comunicarse en distintas lenguas, culturas y procedencias. Queremos una espiritualidad de comunión en la diversidad.
